Las presiones por parte de quien hace el encargo dificulta el trabajo del antropólogo, a la hora de mantener un estatus científico equitativo al de la investigación básica
Iria Massotti
Según el
antropólogo Aurelio Díaz (Díaz, 1998), es necesario destacar, a la
hora de analizar investigaciones antropológicas, el hecho de que éstas hayan
sido fruto de encargo, ya que este hecho condiciona el contenido de los
estudios en cuestión.
Díaz critica la
mala prensa de la investigación aplicada, que se cataloga de menos científica,
rigurosa y de menor estatus que la investigación básica, alegando que es
necesario que los investigadores tomen también decisiones para garantizar que
éstos sean escuchados. De lo contrario, el investigador se limita a mediar
entre distintas realidades para fomentar la comprensión, y que luego otros
tomen siempre las decisiones, tal y como defiende Teresa San Román que debe
concluir la tarea del investigador (Teresa San Román, 1984), y como confirma Díaz que han
sido, hasta ahora, sus investigaciones.
Fruto de ello,
Díaz nos destaca tres aspectos básicos que él considera que dificultan la
aplicación de las investigaciones, en caso de que éstas sean pertinentes. En
primer lugar, nos habla de lo poco factible que es dejar pasar demasiado tiempo
entre la investigación y su posterior aplicación, ya que el investigador inicia
otro trabajo que nada tienen que ver con el anterior, produciendo una
“desvinculación de hecho”.
En segundo
lugar, se encuentran los “dilemas éticos y las posiciones ideológicas de los
investigadores”, que el autor confirma que siempre existen en todo investigador
ya que “no puede haber neutralidad en lo que se investiga”. Sin embargo, esto
no debería suponer un descenso de estatus científico, ya que se trata de una
subjetividad inevitable que no elude en ningún momento de responsabilidad ni de
rigor al investigador. Y por tanto, lo mejor es explicitar dichos valores,
aceptando así que éstos existen.
Además, el antropólogo
considera pertinente cuestionarse quién paga la investigación o qué se pretende
hacer con ella, para asegurarse de que efectivamente éstas serán utilizadas
para “mejorar la vida de las personas” y desvincularse a su vez de la
preocupación de una finalidad opuesta.
También se debe
tener en cuenta que cualquier investigador puede, o bien adoptar el punto de
vista del grupo estudiado, o bien adquirir una “posición favorable” con
respecto a éste. Y en este aspecto, Díaz reconoce haber procurado no sancionar
moralmente ya que “la pena es un compromiso”, y es importante evitar el
fenómeno de encontrar ejemplos que sustenten las teorías originales del llamado
“partisano” de Silverman (Silverman, 1994).
Por último,
Díaz nos habla de la tercera dificultad a la hora de aplicar la investigación
antropológica: la presión bajo la cual se lleva a cabo el trabajo, ya que las
prisas fomentan la “pérdida de información sobre el contexto”.
Según la
experiencia del antropólogo y autor del texto, la exigencia de plazos de
entrega de los resultados provoca una constante toma de decisiones, que a su
vez conlleva riesgos e improvisaciones “sobre la marcha”, eternizando el “bricolaje”
que Lévi-Strauss denominaba al hecho de que el antropólogo deba “arreglárselas
con lo que tenga”, como regla fijada ya para la investigación (Lévi-Strauss, 1972).
Bibliografía:
Díaz, A. (1998). Hoja, pasta, polvo y roca.
Naturaleza de los derivados de la coca.
Lévi-Strauss. (1972). El
pensamiento salvaje. México.
Silverman, D. (1994). Interpreting qualitative data.
London, Sage.
Teresa San Román.
(1984). Antropología aplicada y relaciones étnicas.
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