sábado, 13 de febrero de 2016

Principios básicos de un investigador


Las presiones por parte de quien hace el encargo dificulta el trabajo del antropólogo, a la hora de mantener un estatus científico equitativo al de la investigación básica

Iria Massotti

Según el antropólogo Aurelio Díaz (Díaz, 1998), es necesario destacar, a la hora de analizar investigaciones antropológicas, el hecho de que éstas hayan sido fruto de encargo, ya que este hecho condiciona el contenido de los estudios en cuestión.

Díaz critica la mala prensa de la investigación aplicada, que se cataloga de menos científica, rigurosa y de menor estatus que la investigación básica, alegando que es necesario que los investigadores tomen también decisiones para garantizar que éstos sean escuchados. De lo contrario, el investigador se limita a mediar entre distintas realidades para fomentar la comprensión, y que luego otros tomen siempre las decisiones, tal y como defiende Teresa San Román que debe concluir la tarea del investigador (Teresa San Román, 1984), y como confirma Díaz que han sido, hasta ahora, sus investigaciones.


Fruto de ello, Díaz nos destaca tres aspectos básicos que él considera que dificultan la aplicación de las investigaciones, en caso de que éstas sean pertinentes. En primer lugar, nos habla de lo poco factible que es dejar pasar demasiado tiempo entre la investigación y su posterior aplicación, ya que el investigador inicia otro trabajo que nada tienen que ver con el anterior, produciendo una “desvinculación de hecho”. 

En segundo lugar, se encuentran los “dilemas éticos y las posiciones ideológicas de los investigadores”, que el autor confirma que siempre existen en todo investigador ya que “no puede haber neutralidad en lo que se investiga”. Sin embargo, esto no debería suponer un descenso de estatus científico, ya que se trata de una subjetividad inevitable que no elude en ningún momento de responsabilidad ni de rigor al investigador. Y por tanto, lo mejor es explicitar dichos valores, aceptando así que éstos existen.

Además, el antropólogo considera pertinente cuestionarse quién paga la investigación o qué se pretende hacer con ella, para asegurarse de que efectivamente éstas serán utilizadas para “mejorar la vida de las personas” y desvincularse a su vez de la preocupación de una finalidad opuesta.

También se debe tener en cuenta que cualquier investigador puede, o bien adoptar el punto de vista del grupo estudiado, o bien adquirir una “posición favorable” con respecto a éste. Y en este aspecto, Díaz reconoce haber procurado no sancionar moralmente ya que “la pena es un compromiso”, y es importante evitar el fenómeno de encontrar ejemplos que sustenten las teorías originales del llamado “partisano” de Silverman (Silverman, 1994).

Por último, Díaz nos habla de la tercera dificultad a la hora de aplicar la investigación antropológica: la presión bajo la cual se lleva a cabo el trabajo, ya que las prisas fomentan la “pérdida de información sobre el contexto”.

Según la experiencia del antropólogo y autor del texto, la exigencia de plazos de entrega de los resultados provoca una constante toma de decisiones, que a su vez conlleva riesgos e improvisaciones “sobre la marcha”, eternizando el “bricolaje” que Lévi-Strauss denominaba al hecho de que el antropólogo deba “arreglárselas con lo que tenga”, como regla fijada ya para la investigación (Lévi-Strauss, 1972).


Bibliografía:

Díaz, A. (1998). Hoja, pasta, polvo y roca. Naturaleza de los derivados de la coca.
Lévi-Strauss. (1972). El pensamiento salvaje. México.
Silverman, D. (1994). Interpreting qualitative data. London, Sage.
Teresa San Román. (1984). Antropología aplicada y relaciones étnicas.

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